Postales y diarios de viaje

Postal desde Calcuta


En Calcuta la gente se reúne para hablar, hay cafés en los que sólo sirven café y en los semáforos suenan canciones del mágico Tagore, el Nobel que todo lo hacía, la insignia nacional que todos recuerdan con orgullo. Algunos dicen que Calcuta, que fue la capital india durante la época colonial británica, es la única verdadera ciudad del gigante asiático hoy en día.
Quizás es un halago exagerado para una metrópoli tan o más bulliciosa y caótica que otras emblemáticas como Delhi, Bombay o Chennai (Madrás). Lo cierto es que en sus calles y avenidas se puede pasear; las aceras son dominio de los peatones.
De los peatones y de un sinfín de elementos más pero nunca de los automóviles, las bicis, motos, el tranvía o los rickshaws que, en todas sus modalidades, se pelean por abrirse paso en las calzadas calcutenses. En ellas siguen vigentes y mucho, pese a estar prohibidos, los tradicionales carros empujados por escuálidos brazos sin ningún tipo de ayuda motorizada.
Considerada el epicentro de la cultura bengalí que desde hace décadas está dividida entre la India y el vecino Bangladesh, Calcuta es, además, para gozo de un europeo, el principal bastión futbolístico del país. Es una ciudad en la que el críquet ve discutido su trono.
La urbe cuenta con un equipo de balompié más añejo que cualquiera de los grandes españoles y dispone del segundo estadio más magno del planeta, un húmedo asador de hierba artificial en el que hace poco Messi hizo algunas de sus filigranas y que hierve al son de cien mil voces cuando los dos clubes más importantes de la ciudad se miden en el clásico de Bengala.
La pobreza salta en Calcuta a los ojos con una suave violencia. Lo hace con cada niño que se baña en un charco de agua sucia, con el anciano que dormita en una esquina o el mendigo que clava las uñas en el cristal de tu taxi amarillo.
La miseria no se oculta en arrabales. Se codea con todo y con todos, se tiñe de aparente normalidad, de destino obligado y causa perdida que ni cientos de fundaciones de la Madre Teresa podrían llegar a atajar jamás.
Y al mismo tiempo, de repente, se levanta una urbe sublime, con finos y estéticos edificios desvencijados, amplios jardines, caballos, carruajes y avenidas con árboles frondosos. De repente pide protagonismo una ciudad con el metro más antiguo de la India y múltiples centros culturales, con mezquitas, catedrales, sinagogas, y largos paseos a la orilla del Ganges.
El río se presenta aquí enorme y bello cuando está a punto de morir. Es cruzado por puentes mayúsculos y se antoja más hindú que nunca, arrastrando en el otoño festivalero cientos de miles de dioses venerados que fueron sumergidos a su suerte en la nocturnidad.

 

Pies de foto (de abajo hacia arriba):
1) Una niña se baña en la acera de una calle en el sur de Calcuta
2) Vista del Memorial de Victoria
3) En escultor trabaja en una figura de la diosa Kali en un barrio septentrional de la ciudad
4) A orillas del Ganges junto al puente de Howrah
5) Un rickshero tradicional tira del carro con sus brazos; esta modalidad está prohibida en la India pero sigue vigente en Calcuta

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