Colombia

El día que fui barra bogotana

El fútbol tiene una increíble capacidad de unir a gente de coordenadas vitales dispares. A menudo rompemos el hielo conversando en torno a las virtudes y maldiciones de la pelota y sobre los jóvenes ricos en calzones que la patean. Hallamos puntos de encuentro en los momentos y lugares más inesperados. Siempre me ha pasado: en España, Bangladesh, Mozambique o Ucrania. El fútbol suscita sensaciones y sentimientos extremos, a menudo desorbitados. Pasión, tristeza, enfado, alegría, diversión, nervios, miedo, odio… Y pese a todas las contradicciones que encierra, me encanta.

Sin duda me está sirviendo mucho en esta aclimatación a Colombia, un país muy futbolero aunque desdichado en éxitos pese a que hoy en día Lucho Díaz, James Rodríguez y compañía parecen estar cambiándole el pulso a la tricolor con un juego vistoso que ha tenido a muchos levitando en el último año. También Bogotá es una ciudad muy futbolera. Tiene dos de los equipos más laureados del país, entre los que destaca Millonarios, la escuadra capitalina más querida por los aficionados, en la que jugó Di Stefano, antes de recalar en el Real Madrid, en aquellos años cincuenta en los que los azules eran temidos en el continente. El otro equipo bogotano son los rojiblancos de Santa Fe, que presumen de haber llegado a más finales nacionales que Millos en el nuevo siglo. Eso sí, con el mismo número de títulos.

La liga colombiana entró hace poco en sus emocionantes cuadrangulares: cada seis meses los ocho mejores equipos de la tabla se juegan en dos liguillas a doble partido contra cada contrincante el pase a la final para optar a una suerte de media liga. Resulta que en esta ocasión tanto Millos como Santa Fe quedaron encuadrados en el mismo grupo, el de la muerte, junto con Pasto y el Atlético Nacional de Medellín de iconos como Higuita, que no solo gana en ligas a los anteriores sino también en campeonatos suramericanos. Una oportunidad, pensé yo, para vivir de cerca la locura balompédica de estas tierras y conocer el ambiente de su hinchada.

Por eso me empeñé en comprar boletas para ir a ver a la flor y nata del fútbol colombiano con algunos amigos periodistas. Y debo decir que no resultó sencillo.

Durante días seguí con atención las redes sociales y páginas web de los equipos capitalinos. Se anunció primero la venta de abonos para los cuadrangulares (cada equipo disputa tres partidos como local) pero solo podían acceder a ellos los abonados de la liga regular. Tampoco nos interesaba acudir a tres partidos así que aguardamos a la venta de boletería individual. Yo soy el hincha azul al que alude la respuesta posterior que un bot de IA o un operario humanoide me dieron tras preguntar por el partido de Millos contra Pasto.

-Hola hincha. Lamentamos informarte que no habrá venta de abonos para nuevos usuarios. Solo se habilitará la venta de boletería individual unos días antes de cada partido. Te recomendamos estar pendiente de nuestra página web para más información. Un saludo.

Pero pasaban los días y las entradas no se anunciaban. Desisto. Primer intento: agua.

Sin embargo, no pierdo la fe, nunca mejor dicho. Me agarro a la posibilidad de asistir al derbi bogotano en el feudo de Santa Fe (en realidad el mismo estadio que para Millos, ambos juegan en El Campín, pero los rojiblancos son locales esta vez). La influencia de mi suegro y de amigos de mi pareja me empujaron a abrazar a Millonarios. Allí milita actualmente el Tigre Falcao, el mayor goleador de la historia del fútbol colombiano, en la lista negra de los Athleticzales tras propinarnos dos golazos al frente del Atlético en aquella finalísima de la Europa League de 2012 tras una competición en la que los leones deslumbraron comandados por Bielsa. En preparación para la cita compro en Chapinero, mi barrio, la camiseta azul con el 9 del tigre goleador, una copia china que por 65.000 pesos (14 euros) da el pego.

Pero mi flamante adquisición deberá quedarse en casa. Los administradores de Santa Fe advierten de que no se venderán boletas a hinchas del equipo rival y que todas están reservadas para los aficionados del equipo blanquirrojo. De hecho, para asegurarse de que así sea, anuncian que solo venderán entradas a quienes hayan asistido como mínimo a un partido de liga de Santa Fe como local durante la temporada. Me resisto a fracasar en este segundo intento y escribo un mensaje por Instagram al community manager.

-Somos un par de amigos españoles con unas ganas enormes de ver el derbi bogotano. ¿No podrían hacer una excepción?

No hay respuesta así que me animo a presentarme en uno de los 10 puntos de venta de boletas (online no es posible), en el Movistar Arena, un moderno recinto de conciertos junto al estadio El Campín. Cuando llego, hay gente adquiriendo boletas para Iron Maiden que se ofrece a comprarte el botín para luego comerciarlas en el mercado de reventa. Me entrego a mis habilidades negociadoras con la mujer de la taquilla.

-Ay qué pena, ahorita no podría venderte boletas porque tienes que haber comprado al menos una con tu cédula (el DNI colombiano).

-Pero es que eso me resulta imposible porque soy español y acabo de venir a vivir a Bogotá.

-A lo mejor el día antes se abren o quizá pudieras usar la cédula de otra persona.

-Entiendo, ¿y se venderán todas las boletas?

-No. Pero así es como debemos proceder.

Abandono la taquilla frustrado -el derbi se escapa ante mis ojos- cuando Mariela me aborda. Me reclama entradas de Iron Maiden. Le explico que ansío una experiencia futbolera bogotana de verdad. Siente compasión.

-A lo mejor te puedo yo prestar mi cédula para que las adquieras.

Se me ilumina la mirada. Volvemos a la carga, a camelar a la vendedora. Pero todo resulta en vano. 

-Aunque ella comprara las boletas con su cédula, no te podría transferir aún las entradas.

Nuevo fracaso. Solo queda una bala en la recámara para ver partidos de cuadrangulares. Pero es la mejor de todas: Millonarios-Nacional. El clásico por excelencia. Mayor rivalidad, partido con más alto voltaje es imposible. Así que me encomiendo nuevamente a visitar la página web de los azules y, para mi gozo, por fin ese lunes de finales de noviembre parece que la tecnología punta de venta de artículos por internet funciona de una vez por todas. No doy crédito. Me crezco. Creo un grupo de Whatsapp y doy la primicia a mis colegas.

-Aupa gente, ya están a la venta las entradas para Millos contra Nacional. ¿Preferís oriental u occidental?

Me habían aconsejado encarecidamente esas zonas, por ser más tranquilas, para evitar a algunos de los malandros que se dejan ver en las barras. Parece haber un montón de ubicaciones disponibles (como se muestra en la imagen de arriba). Me relamo. Pero no podía ser todo tan fácil. Vuelvo a escribir a los amigos.

-He intentado comprar ya en cinco secciones diferentes y no hay boletas jaja. Sigo intentándolo.

-Está jodido 😭😭😭 -se lamenta uno de mis amigos.

Intento comprar boletas en el resto de secciones de oriental y occidental. Sin éxito. Comprar una suelta es posible en un par de casos pero cuatro de golpe, como necesitamos, no. Así que me lanzo a por todas con la Lateral Sur Alta, feudo de las barras, y lo consigo.

-Me dice un compi del trabajo que ahí se ve bien el partido y que es buen ambiente, pero toca ir de azul jajaja…

-Jajajaja. Luego que nos pillen los de verde [por los de Nacional, aunque en realidad en este partido finalmente no se les permitirá la entrada a sus aficionados].

En los días siguientes recibimos advertencias de varias personas, que cómo nos atrevemos a ir a esa grada, que estamos muy locos, que es peligrosísimo. Mi pareja se muestra realmente preocupada. Un compañero del trabajo me dice que mejor no lleve el móvil. Me planteo renunciar a las boletas. Dudo mucho qué hacer. Por suerte, un amigo vasco tiene novia colombiana y amigos de ella se conocen la barra y nos acompañarán. Reenvía un mensaje de audio tranquilizador.

-Para que le digas a tus amigos: lo importante es no llevar correas, lleven zapatos cómodos porque es todo el partido de pie… Chaqueta abrigada porque hace mucho frío. No monedas, no vapeadores o cigarrillos o encendedores porque los van a quitar. Para entrar ahí son tres anillos de seguridad y siendo contra Nacional pueden ser hasta 4 o 5, nos van a hacer quitar los zapatos. Es como que muy riguroso el tema del ingreso justamente porque es una barra popular, más que pesada es popular, pero pues ya estando ahí, si tenemos un conocido es chévere y el ambiente es chévere y la gente baila y canta y salta, si hay golpes es una algarabía, es cosa como de no dar mucha boleta, no sacar mucho el celular, no dar papaya, no ir muy gomelos ni muy normalitos, casuales y va a ser chévere, pero pues es como tener esas prevenciones para que no nos pasen cacharros.

Sus palabras son misa. Nos aprendemos de memoria los mandamientos y nos entregamos a la fortaleza del grupo. Enfundados con la zamarra color marino quedamos pronto en la tarde del viernes 29 de noviembre para desplazarnos a pie hasta el estadio, horas antes del comienzo del partido.

Quedamos con el resto del grupo en el punto de encuentro por excelencia de la hinchada, el Palacio del Colesterol, que como su propio nombre indica atesora joyas culinarias como perrotes calientes de grandes proporciones y empanadas con arroz, pollo y carne. En el centro del templo de la comida rápida hay una enorme parrilla con productos gourmet como chorizos y chuletones. Allí pasamos un par de horas, tomando unas polas, conversando, imaginando lo que vamos a encontrar. El más tranquilo de todos nosotros es un argentino de Boca Juniors, acostumbrado ya hace décadas al frenesí y desorden de las barras de su país.

Finalmente entramos al estadio y, como esperábamos, nos cachean y revisan los bolsillos hasta cuatro veces en el proceso. Pero todo ocurre en realidad muy rápidamente y en cuanto nos queremos dar cuenta ya estamos dentro.

Falta casi media hora pero el estadio vibra impulsado por un océano azul. Nosotros estamos en la barra más activa, más numerosa, pero casi cada rincón del estadio tiene una minibarra con su pancarta: Agrupasión gallina, Di Stefano, Bogotano embajador / el rolo soy yo… y así decenas. Nos ubicamos en medio de la grada y no paramos de tomar fotos y vídeos, extasiados por un ambiente festivo a ritmo de trompetas y tambores, de gargantas incansables que no cesa ni un minuto. Entonces, antes de que empiece el encuentro, se produce la primera avalancha de gente, iniciada por unos tipos grandotes. No la vemos venir. Nos saca del ensueño y devuelve a la realidad. Hay que estar alerta. No conocemos bien el ecosistema. Nos agrupamos, como soldados romanos con sus escudos, y nos reubicamos lejos de los alborotadores. Un veterano que parece buena onda nos tranquiliza.

-Aquí [debajo de unas telas enormes] no pasarán. Es más en las escaleras.

Suena el himno de Bogotá, se lanzan rollitos de papel hacia el terreno de juego que forman ríos de serpientes blancas. Y comienzaaaaa el partido. Suben los decibelios. La gente salta, bota, brinca, se mueve. Y ni el movimiento ni los decibelios pararán ya un solo minuto en las siguientes dos horas.

Las cuerdas vocales están entrenadas. Esto es una orquesta urbana. Uno tras otro se despliegan los cánticos de un amplio repertorio que incluye una veintena de temas.

https://barrabrava.net/millonarios/comandos-azules/letras/

-Siguen pasando los años / seguimos estando a tu lado / vamos Millonarios.

-Porque es un sentimiento que se lleva en el corazón / yo daría toda la vida por ser campión, salir campioooón.

(…)

Minuto tres del partido. Un defensa blanquiverde falla en un pase atrás hacia un compañero. Leo Castro, ariete de Millos, que sale a medio gol por partido en sus casi cien encuentros con los azules, anda listo y enchufa un derechazo imposible para el arquero. 1-0. Se cae el estadio.

Nosotros casi nos caemos también tras una nueva estampida, así que optamos por ubicarnos arriba del todo, mucho más tranquilos y, sobre todo, controlando a la marabunta de la grada: un crisol de camisetas y sudaderas de mil azules, muchas espaldas desnudas, espaldas y brazos tatuados con el escudo, con varios escudos, con lemas triunfalistas, agitadores de banderas con calaveras. El ambiente huele a marihuana. La gente no para ni un minuto de animar y ciertos movimientos de llaves hacen creer que puede que alguno lo haga alentado por algo más que el efecto del cannabis. El partido es emocionante pero el fútbol es feo. No hay apenas ocasiones aunque parece que los paisas quieren darle la vuelta a la tortilla. Amenazan más el área contraria.

De repente, llega el empate. 1-1. Qué lástima para la hinchada, pienso, con lo bien que pintaba un triunfo para las aspiraciones de Millos al título. Observo a mi alrededor y nada ha cambiado un ápice en realidad. La barra sigue animando, sin parar, de hecho parece hacerlo con más intensidad si cabe.

-Te venimos a alentar / vamo vamo los Millos / vamo vamo a ganar.

Y así llegamos al descanso, que no por ausencia de fútbol se desarrolla más calmo. Seis tifos enormes son desplegados por los hinchas hacia el final de la pausa cuando los equipos saltan de nuevo al terreno de juego. Las telas, con diferentes mensajes y dibujos aguerridos, cubren a cientos de personas y se desplazan por la grada hasta bien entrada la segunda parte. El segundo tiempo se vuelve algo bronco por tramos. Nacional marca el segundo y el autor del gol da una voltereta en el aire. Los de Medellín lo celebran como si fuera un título. El entorno es hostil. Vuela alguna botella de plástico, algún líquido. Se monta una pequeña trifulca en el campo. Los bogotanos protestan por el gol.

-Porque te quiero te vengo a ver / pongamos huevos que no podemos perder / vamo vamo vamo Millonarios otra vez.

El árbitro anula el tanto y restaura el empate en el marcador, que es celebrado casi como un tanto local.

Minuto 80. Córner tras una jugada buena de Millos , la mejor en mucho tiempo, que concluye con un paradón del arquero. El público se levanta. Recupera la ilusión.

-Vamos azules te queremos ver ganar / esta hinchada no te deja de alentar / ponga huevos huevos Millonarios / ponga huevos huevos de verdad / esta noche cueste lo que cueste / esta noche tenemos que ganar.

Se retrasa el lanzamiento. El partido se dilata, hay muchas pérdidas de tiempo. Por fin sacan el tiro de esquina. Hay un barullo en el área. David Silva aprovecha la confusión y cabecea a la red. Minuto 85: 2-1 gana Millos. Regresa el júbilo absoluto a la grada. La victoria está cerca, tres de tres. En el terreno de juego la bronca sigue. Expulsión de un jugador de Nacional en el minuto 90. Varias tanganas. En la barra se ven ganadores. La gente se mueve de lado a lado. Los cimientos del estadio tiemblan. Se profieren algunos cánticos despectivos hacia los sureños, que se larguen a su provincia dicen, se anima a brincar recordando que el que no salte es una puta Nacional. Se recuerda al paisa Escobar, que si menos mal que por fin murió. Y entre letras bravuconas y de pura batalla con el acérrimo rival, cuando ya el silbato está a punto de dictar sentencia, la barra cierra el repertorio musical prometiendo fumarse toda la hierba y tomarse toda la cerveza tras el partido. Tal vez algunos lo hagan.

Pitido final. Millos vence. Las más de 30.000 almas que llenan el estadio nos marchamos contentas. Pero esto no ha terminado. Millos tendrá que ir a Medellín y sufrir el mismo ambiente hostil que sus barras ofrecieron hoy a los paisas. Que gane el mejor. O mejor, que gane el fútbol.

Aquí os dejo un vídeo recopilatorio con algunos de los mejores momentos del partido.

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