Noviembre es un mes agradable en la India. Ni calor de ventilador a toda revolución, ni lluvia monzónica. Los infalibles mosquitos del cálido trópico son la única molestia. Pero la molestia no se olvida. No obstante, tan pronto, aún están durmiendo, así que el maisán sigue remando con sus 15 años y 15 horas de trabajo diarias y me conduce hasta la otra orilla de arena fina. En otros tiempos, la arena será también Ganges, pero ahora hay una playa estupenda y muchos japoneses fumando hachís nepalí y haciendo acrobacias y fotos. Demaisiadas fotos. Algunos se dirigen hacia una pequeña cabaña de paja y toman el chai caliente que les ofrecen los anfitriones de un baba que nunca hablará. Bastante tiene con haberse mantenido durante doce años con el brazo derecho levantado. Nadie ha debido responder todavía a su pregunta. El perio
Obtener una exclusiva con un baba mudo es mucho más complicado que llegar a cualquier primer ministro mediático, por lo que opto por simplemente purificar mis pies en el agua sagrada. Sagrada, aunque especialmente sucia. Sucísima hasta niveles insospechados, pero, a pesar de todo, miles de personas lavan sus cuerpos y prendas diariamente, como si de una lavandería pública se tratase. Ya en la zona de los ghats esquivo suculentas ofertas para comprar hasta aquello que no se puede vender. Ganges en hindi se pronuncia “ganga” y digo que algo habrá quedado de esta proximidad lingüística.
Categorías:India, Postales y diarios de viaje