En Alemania, donde el orden y la organización son dos virtudes muy veneradas, me acostumbré a presenciar multitudinarios actos donde el turno de la palabra siempre fue estrictamente respetado. En Pakistán, olvídate. El jueves asistí a una rueda de prensa en la que los líderes de las formaciones opositoras más importantes sellaron un acuerdo de coalición para gobernar el país durante los próximos años. La sala de prensa de la residencia del viudo de Bhutto apenas tenía 80 metros cuadrados. Y allí nos embutimos más de 300 periodistas durante dos horas de espera. Los líderes hablaron diez minutos escasos y después se abrió el turno de preguntas. Periodismo cien por cien, en esencia pura. Decenas y decenas de personas gritando al mismo tiempo y pisándose los unos a los otros. Una jauría enfervorizada e imposible de calmar.
Pakistán –“el país de los puros”- es un país donde la religión está presente en cada rincón. La gente es más deja que en la India, por ejemplo. Sin ir más lejos, aunque el regateo está igual de institucionalizado, éste es, con diferencia, mucho menos agresivo. El taxista siempre te dirá que le pagues “lo que quieras” aunque luego se queje si es menos de lo que espera. Sin embargo, esa tranquilidad no quita que tengan una sangre caliente capaz de hervir en segundos y por momentos. Y unos horarios muy nocturnos a pesar de no ser por motivos lúdicos, precisamente, ya que aquí las reservas “morales” son muchas, muy arraigadas y, en el fondo, para qué nos vamos a engañar, también muy jodidas.
El lunes, día de las tan ansiadas elecciones, me llevé una grata sorpresa al comprobar el cálido ambiente de Rawalpindi (ciudad cercana a Islamabad). Las motocicletas invadían las calles creando un alboroto festivo muy colorido. Niños, jóvenes y menos jóvenes ondeaban banderas en cualquier lugar y gritaban las consignas de sus partidos. Me esperaba miedo en un país donde la violencia terrorista es el pan de cada día y me encontré lo contrario. Todo el mundo sabe que esas elecciones son un apaño, que de transparentes no tienen nada, ni siquiera traslúcidas y de hecho, más bien opacas. Pero el mero hecho de votar ya es motivo de celebración. Una ilusión, una esperanza…
Y mientras haya esperanza seguiremos caminando. Aunque eso sí, el camino es muy largo para Pakistán. Son muchos los problemas y muy distantes las soluciones. Pero este tema ya lo abordaré en otro momento. Ahora sólo quiero deciros que estoy bien.
Foto: seguidores de Nawaz Sharif festejando en las calles de Rawalpindi
Categorías:Cuentos y relatos, Pakistán
nuevos descubrimientos, aunque cada vez ese oriente se me asemeja demasiado al México de 1970 o al actual>>lo abrazo compadre
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