Seguramente si iniciamos un acalorado debate discreparemos en el grado de responsabilidad de cada uno de los personajes de esta historia. Pensamientos hay tantos como individuos y cometer errores es de humanos. Bien, ahora añadamos un factor nuevo a la historia. En ese pueblo anónimo en el que a su hijo le ha ocurrido el fatal accidente es de sobra conocido que los habitantes suelen delegar sus responsabilidades y que la policía y la administración municipal hacen la vista gorda con este tipo de situaciones. Cada cierto tiempo suceden casos similares al que ha sufrido usted. En el último medio año otros tres chavales que fueron dejados al cargo de amigos, a su vez al cuidado de conocidos y finalmente de vecinos, tuvieron percances: uno se rompió la pierna; otro, la rodilla; y el tercero, el más pobrecito de todos, está ingresado en la UCI porque se dio un golpe tremendo en la columna vertebral.
Con el conocimiento de esta tradición de dudosa honorabilidad, yo, que ni siquiera tengo hijos todavía, me planteo la siguiente pregunta: ¿Qué padre sería capaz de delegar el cuidado de su pequeño a un habitante de este pueblo sin tener un control regular y estricto de lo que pasa con él? Desde luego, un servidor se andaría con mil ojos, y a usted le recomiendo que haga tres cuartos de lo mismo.
Ahora imaginemos que en esta historia que por el momento no tenía nombres ni apellidos el pueblo se llama Gladeshban, el padre es una poderosa firma de ropa multinacional, el amigo es una importante empresa local acostumbrada a tratar con empresas extranjeras, el conocido es una subcontrata algo menos fiable de esa última compañía y el vecino es otra subcontrata que ni siquiera tiene los papeles en regla pero que quiere hacerse un hueco en un mercado boyante y tiene una fábrica en mal estado. El hijo, el pequeño que ninguna decisión toma y que se cae por las escaleras, es el trabajador asalariado de esa fábrica poco o nada supervisada en la que se produce el accidente.
Parece un cuento y me ha llevado más de setecientas palabras contarlo, pero es una historia real. Como la vida misma. La única diferencia es que la dejación de responsabilidades no causa una simple cicatriz en un mentón, sino casi 1.200 muertos, 2.500 heridos y un centenar de desaparecidos. Todos y cada uno de ellos muy reales. Dejemos de pensar entonces que se trata de un cuento.
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